Mérida: reconectar con las raíces

Puertas a las maravillas de otro mundo y centros de comunión con los dioses, los cenotes (del maya dzonot que significa abismo o pozo de agua dulce) son las joyas más bellas de la Península de Yucatán.

Las cuevas y cenotes fueron escenarios de gran importancia para los mayas al considerarse portales o ventanas al mundo de los muertos. Los mayas al igual que otros grupos mesoamericanos, creían que al morir las personas recorrían un largo camino hacia el mundo de los muertos, llamado Xibalba. Este mítico lugar, donde moraban los dioses, antepasados y seres sobrenaturales, se ubicaba físicamente en el subsuelo, bajo el agua y también es conocido como inframundo.

A 45 minutos de Mérida hacia Valladolid y entrando por Tahmek, se asienta la población de Sanahcat, aquí, se encuentra el Cenote y Parador “Belbechén”.  

Entrar a un cenote es meditar entre rituales, es decir, ese pequeño momento de preparación consciente en donde sabes que estás a punto de vivir algo irrepetible. Además de lidiar con la sensación de sentirse intimidado al estar en un sitio que te envuelve de energía milenaria, otro tema a afrontar es la temperatura del agua, tan fría que hace que todos tus huesos vibren. Pero vale la pena, cada paso, cada respiro.

Ya sea arriba de un kayak o nadando, al estar dentro de un cenote se viaja al pasado al rememorar la atmósfera de nuestros ancestros. Sentirte parte de algo más grande. Entender que tu existencia es única y valiosa. 

Allá abajo contemplando las maravillas naturales y geológicas del entorno, en esa soledad, es inevitable pensar en la sabiduría de los antiguos pobladores; contemplar la única luz que se cuela e ilumina cual reflector tu rostro, sabiendo que eres el protagonista en ese instante, y decir: “soy parte de esta historia. Mi historia”.

Dicen que morimos, reencarnamos, nos reinventamos constantemente…. Acercarse a un cenote con una actitud de respeto y con una precisa vulnerabilidad, te dará la oportunidad de renacer. ¿Estás preparado?